Sunday, August 19, 2007

notas sobre un remezón

Desde aquella tarde, dormir se ha vuelto un sobresalto. Incluso me despierto de sentir el movimiento de mi cama, movimiento que casualmente origino con mi narcolepsia, mis fibromialgias y mi síndrome de pies inquietos. Si estoy sentado frente al monitor y la ventana vibra por el paso de un auto en la calle, también tiemblo. Hoy no fue la excepción. Me encontraba conversando por teléfono y una onda vibratoria me sacó del letargo en el que estaba: ¡Carajo! ¡Otra vez!, por suerte terminó pronto; pero eso reavivó el temor en mi.
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Estuve 28 horas sin luz, 18 de ellas sin agua. Sentía que el terremoto había mellado el centro de mi casa. Me sentía incómodo, molesto, reclamando a las empresas dedicadas a brindarnos esos servicios. No pude ver sino hasta la noche del jueves la magnitud de los hechos en las zonas cercanas al epicentro. Desolación, tristeza, hambre, sed, dolor. Me sentí como un estúpido al haberme sentido tan incómodo con la falta de luz y agua durante unas horas. Esa sensación se tornó a tristeza, a pena, a dolor compartido, a preocupación, a interés.
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Ayer sábado acompañé a mi novia de compras a un supermercado. La idea era adquirir lo necesario para enviar a la zona de desastre. Las góndolas de enlatados, conservas y agua estaban vacías. Mucha gente compraba fideos, arroz, aceite, leche, pañales. Sentí que había un movimiento común, una de esas cosas que salen a flote cuando el compatriota ha caído en desgracia: solidaridad. Espero que sigamos así.
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He repasado en mi mente y he ubicado las imágenes que tengo de Pisco, la ciudad, la playa, la plaza de armas, la iglesia, las calles. Fue hace 4 años que quedamos con mis padres en encontrarnos en esa ciudad iqueña para hacer uno de nuestros paseos familiares, esta vez a Paracas. La primera tarde y noche de nuestro viaje la pasé solo. Llegué antes que ellos y decidí salir a caminar, comer algo por ahí, contratar el servicio de una empresa de turismo, tomar algunas fotos. Ciudad pequeña, pero con un movimiento comercial considerable. Definitivamente la Reserva Natural de Paracas es el atractivo principal del lugar. Al día siguiente todo fue espectacular: la comida, el paseo, la Catedral, la zona donde están los flamencos, el mirador, la playa Lagunilla, con una caleta silenciosa de aguas esmeralda que dejaban ver la arena gruesa reposada en el fondo. Hoy he visto el derrumbe de esa hermosa formación rocosa, tallada por el viento y el mar, derruída hasta dejarla irreconocible. Me apené bastante, pensé en todas las familias que viven del turismo. Sentí que parte de mi vida estaba también ahí, derruída. Sólo me queda la memoria y unas fotos que tomé intentando remedar las postales.
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Aquella tarde estaba en un supermercado de un centro comercial en el distrito de Surco. El piso tembló, y seguíamos ahí; los vidrios se remecieron, y seguíamos ahí; el techo empezó a sonar, la estructura de metal bramó en forma contenida, y salimos a paso ligero. Empecé a dirigir a mi novia y a quien tuviera cerca para salir con calma. Ya fuera el piso seguía vibrando, pero no era una vibración como las que siempre he sentido en Lima, era ondulante, constante, inacabable. Los paneles publicitarios temblaban. Los postes de luz también. Frente a mí y cruzando la avenida, ví las casas moviéndose como gelatina, mientras las ventanas ondulaban... y a lo lejos, dos emisiones de luz, intensas, en un inicio blanquecinas, tornándose a violáceas para confundirse al final, con el cielo vespertino de Lima, que no tiene un color definido. Ahí la serenidad me dejó, sentí miedo y me dí cuenta que además del piso, mis piernas también temblaban. La gente lloraba, mujeres en crisis, hombres con rostros adustos, manos a las orejas intentando comunicarse. Silencio en la red telefónica. Desesperación. Filas en los teléfonos públicos, filas en la salida de los autos, filas en camino a casa. Luego me enteraría de lo peor, la zona del epicentro y todo el sufrimiento y devastación que ya sabemos.
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Hoy conversé con un gran amigo y colega. Me invitaba a unirme a su brigada de rescate. Fue enviado por la empresa petrolera en la que trabaja. Compromisos laborales me atan a esta ciudad. Él lo entendió. Quedamos en encontrarnos en Lima en un par de días. Su voz sonaba sombría, madura, como la de un hombre que lo ha visto todo y lleva experiencias de dolor y tristeza sobre sus hombros y en su retina. Le pregunté cómo se sentía. Triste, asombrado, preocupado, cansado. Muy triste. Fuerza negro, fuerza a todos. Desde donde estemos, podemos hacer algo.
Esto no ha acabado. Necesitamos un plan de contingencia. Somos parte de un país eternamente sísmico. Debemos actuar.

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